El factor promocional ya es parte del paisaje, y de este modo es percibido. El continente trasciende al contenido y se convierte en un icono del imaginario colectivo que compite de tú a tú con un monumento o bien con un edificio singular. A veces la publicidad tiene la capacidad de transformarse en un estimulante factor de identidad. Son matices que va a haber que tener en consideración al dejar ir los frecuentes denuestos que provoca la polución promocional.
Desde nuestra opinión, es bueno saber que los rotulos Barcelona en el espacio urbano tienen un atrayente singular para los anunciantes. Desde la mentalidad del publicista, el anuncio en el paisaje vale más pues no puede ser de manera fácil evitado. Se puede cambiar de canal o bien de dial, o bien pasar página sin mirar. En cambio el anuncio en la calle se percibe aun contra la voluntad del receptor. Se pueden cerrar los ojos, es cierto, mas uno se expone a ser arrollado o bien pisar algún desecho olvidado del mejor amigo del hombre.
Esa polución visual de carácter mercantil rapta el espacio público, que de alguna manera se privatiza. La única forma de enfrentar este peligro es limitar la publicidad exterior a un tipo de aguantes normativizados que limiten la agresión al paisaje, y permitir al tiempo aquellos usos promocionales que, por venir limitados en el tiempo y condicionados a algún tipo de contraparte ventajosa para el paisaje, pues puedan ser admitidos por el ciudadano. De esta manera, la publicidad puede hallar su espacio de libertad y adquiere un valor auxiliar al mostrarse como un agente de la mejora urbana.
Hasta el momento, hemos citado elementos del paisaje que tienen en común una vocación de permanencia. Mas la ciudad tiene que aguantar asimismo indicadores de carácter temporal como pueden ser las incontables señalizaciones de las obras. Una buena administración del paisaje urbano, debe tener muy en consideración la incidencia de la percepción de esta clase de indicadores, pensados siempre y en toda circunstancia en función de su legibilidad.
Por ir terminando, hay que rememorar que el paisaje urbano es cultura en sentido extenso, mas asimismo en la esfera de lo específico. Como espacio de comunicación, el paisaje urbano se puede transformar en un museo al aire libre. Los monumentos caracterizan y personalizan un espacio. Facilitan una seña y son capaces de articular una vecindad. Han sido muchas las ciudades que han monumentalizado la periferia en un intento de crear arraigo comunitario y orgullo de ciudad, que es uno de los objetivos de toda administración de paisaje urbano que comprenda la urbe como un todo, y no se limite solamente al centro histórico.
Con la democratización de la vida civil, el paisaje de las ciudades es un objeto de deseo para muchos artistas que aprecian en los museos y las salas de exposición una limitación del público que puede acceder a sus trabajos y, por tanto, aspiran a ser reconocidos en el espacio colectivo urbano.
La que más ha proliferado de esas manifestaciones es la de los grafitis o bien pintadas. Los hay de muy distintas formas y tamaños. Llenan los muros de las ciudades, los bajos de los puentes y decoran hasta los trenes y vagones de metro. Pese a los sacrificios de los servicios de limpieza, se han afianzado como una parte esencial de la percepción del paisaje urbano en las grandes ciudades. Los grafitis incordian a los dueños y desmerecen la percepción ordenada del paisaje, si bien representan la consagración del empleo y la función de comunicación que tiene el espacio público.
Fuente: Rotulos en Barcelona